Comentario
Dada la gran importancia de Rodas en el contexto del Egeo sudoriental, hay cierta tendencia -que no vamos a combatir aquí- a designar como rodia la plástica de toda esta región durante el Helenismo. Teniendo esto en cuenta, podemos adentramos en ella, y lo haremos comenzando por la escultura, por ser el arte mejor conocido a través de obras, algún texto, y sobre todo firmas de sus autores.
Como en Bitinia y en Pérgamo, en el ambiente rodio vemos aparecer las primeras esculturas con características propias, realistas, hacia mediados del siglo III a. C., o quizá poco antes. Y no deja de ser curioso que las dos principales obras de este momento inicial, las efigies de las sacerdotisas Niceso de Priene y Nicoclea de Cnido, sean retratos. Ambas presentan sus trajes de complicados pliegues, y la cara de Nicoclea -la cabeza de Niceso se ha perdido- ostenta unas facciones algo idealizadas, como recordando tendencias áticas de principios del siglo.
Este predominio del retrato merece una explicación. Rodas, como las principales ciudades de la zona, tuvo a gala mantener, junto a su régimen de ciudad-estado, la tradición de los exvotos personales en los santuarios. Lo que ocurre es que, en el siglo III a. C., se generaliza la substitución de los exvotos ideales clásicos por otros de facciones individualizadas, con lo que la retratística se extiende de forma imparable: en Cos, en el santuario rodio de Lindos, incluso en la lejana Olimpia, quien quiera y tenga dinero podrá dejar inmortalizada su efigie, y ya no será necesario, como en la Atenas clásica, que el retratado sea un personaje famoso.
A este respecto, puede que no esté de más recordar al que quizá fue el más famoso escultor de Rodas en la segunda mitad del siglo III a. C., aunque no nos haya llegado ningún resto de su obra. Llamóse Timócaris y, aunque nativo de Creta, desarrolló su actividad en todas las islas y regiones del Egeo sudoriental, como demuestran sus numerosas firmas llegadas hasta nosotros. Es a través de ellas como conocemos el tipo de encargos que recibía un retratista afincado en Rodas. En efecto, al lado de un exvoto indeterminado, hallamos estatuas de sacerdotes, representaciones de magistrados y generales, un grupo familiar (de un tal Hermofantes con sus hijos), e incluso la efigie de un vencedor en los juegos de Nemea, que le encargaron desde Sidón. Con menos fama que Timócaris, es posible que hubiese en Rodas bastantes escultores trabajando los mismos temas.
Pero, obviamente, la escultura rodia no se reducía a la producción de retratos. La ciudad, orgullosa de su carácter monumental, y con ella los acaudalados comerciantes que la gobernaban, estaban deseosos de hacer fuentes y monumentos públicos, templos con sus dioses y también, por qué no, bellos adornos para los jardines y pórticos de sus mansiones. Y es precisamente en este contexto decorativo donde debemos situar la que quizá sea la obra maestra del realismo en las últimas décadas del siglo III: el Fauno Barberini.
Magnífica estatua de mármol conservada en la Gliptoteca de Munich, el Fauno se nos presenta fornido, durmiendo plácidamente su borrachera. Tiene la cara de un recio campesino, estudiada con el mismo entusiasmo con que por entonces se analizaban los celtas en la vecina Pérgamo, y el análisis anatómico, igual que en la serie de los galos, conserva un recuerdo de las proporciones ideales del clasicismo; pero el desenfadado de la actitud, con el cuerpo yaciendo en desorden sobre la roca, descuidado de toda estructura que lo sostenga, es algo mucho más libre que los juegos de ángulos y triángulos que exigía el arte oficial de Atalo I.
Aun hallándose en el mismo campo de acción, Pérgamo buscaba la ordenación geométrica, mientras que sus vecinos de la costa y las islas se entregaban de lleno a la libertad de la materia y de la vida.